ANGEL MUGA REGRESA A LA PONTI
Cuarenta y un años después de que entrara a trabajar en la Universidad Católica, dónde permaneció hasta que sus pasillos se le hicieron estrechos –como a tantos- Ángel Muga regresó a su Universidad, alrededor de las 3 de la madrugada del 30 de diciembre de 2010. Lo hizo por la puerta grande y su cuerpo quedó depositado en la Capilla del segundo piso, frente a la majestuosa escalera principal y adyacente al pasillo que conduce a las oficinas del Rector y las demás autoridades de la UC. Por esos pasillos deambulaba Ángel –cuando hacerlo no era considerado lobby, sino platicar la amistad- manos atrás y gesto amable para su interlocutor. De esas charlas surgieron centenares de convenios, se adelantaron muchos banquetes y se formaron –se siguieron formando- infinidad de buenas personas.
Porque Ángel fue un formador de seres humanos, en el pleno sentido de la palabra humanidad, que tan bien rima con universidad. Términos como profesor –que lo fue, de Castellano, pre reforma que lo convirtió en Literatura y Lenguaje- o de maestro –que lo fue, de sus discípulos viñamarinos- son superados por la integridad de su enseñanza: bien podía exigir que se ocuparan correctamente los tildes como trasladarse, en comparsa con sus alumnos, a la carnicería Santander para desentrañar, in situ, los misterios de los diferentes cortes de carne o convertirse en sugerente director teatral de una obra de Ionesco en la que los protagonistas-alumnos debimos ensayar la técnica del beso con inspiradoras liceanas que por primera vez compartían escena con niños de colegio católico, no mixto. Y vice versa.
Tales impudicias se profundizaron con Ángel participando de giras de estudios, conversaciones sinceras sobre el inicio sexual y culminaron con un abierto conflicto con los poseedores del monopolio del confesionario. Salio del colegio pero no de nuestros corazones. Con motivo de una expulsión escolar, enturbiada por los atemorizantes sucesos de 1967 de las universidades católicas, terminamos, los afectados, preparando nuestra defensa en casa de Ángel y Nena y él culminó el encierro partiendo a defendernos ante el consejo de profesores del mismo colegio que lo había expulsado hacía un año. Por fortuna fue detenido a tiempo, antes de cruzar el Rubicón -en este caso, el modesto estero de Viña-, evitándose así apagar el fuego con bencina. Sin embargo, su gesto motivó el reintegro de los sediciosos.
A inicios de 1970, se integró a la UC, a la que más tarede Ángel llamaba cariñosamente la Ponti, luego de su transformación en Pontificia. Fue en las últimas horas previas a esa denominación vaticana que –siendo entonces estudiante de la UC- recibí un llamado perentorio de Ángel:
- Vente de inmediato a la Casa Central, esto no te lo puedes perder.
Corría el 24 de septiembre de 1973 y Neruda había muerto el día anterior. Llegué hasta la puerta del Salón del Consejo Superior, dónde me esperaba Ángel. Me hizo pasar, me indicó un lugar discreto y me dispuse a registra con ojos y oídos todo lo que allí pasaría. Él ocupó su puesto, con plena conciencia de que seríamos testigos de la historia. Era la última sesión de dicho Consejo elegido por la comunidad universitaria, presidido –por ausencia del hasta ese día Rector. Fernando Castillo Velasco- por el Vicerrector Alfredo Etcheverry. En nombre de Dios se abrió la sesión y el profesor Etcheverry dió cuenta de que Castillo, muy afectado por los recientes sucesos, no había podido asistir y que la Junta Militar de Gobierno, como una especial deferencia a la UC ha designado como Rector Delegado de la misma a un Almirante.
Lo que vino a continuación fue una pieza de oratoria del Consejero Superior Manuel Antonio Garretón, comparando la de Pablo Neruda con la muerte del pensamiento, de la creación y, finalmente, de la noción de universidad que hasta ese día conocimos.
Ángel siguió trabajando en la Ponti, dónde desarrollo un gran trabajo y cosechó muchos amigos, hasta que la situación se fue haciendo insostenible. Tal que –contrario a lo que varios le señalamos- no tuvo la paciencia para aguardar el momento de la jubilación, y renunció.
Pensaba que sus excelentes relaciones personales y su privilegiada pluma –literalmente- le permitirían vivir tranquilo junto a su querida Nena. Conversamos muchas veces que eran los tiempos del computador y que más allá de varios de sus discípulos que conservamos la costumbre de la tinta, el mundo y los proyectos transitaban por teclados más que por planas de impecable redacción.
No obstante, porfiado él, seguía acompañándonos regularmente a través de la radio Cooperativa, en uno de cuyos atendidos programas de sugerencias del auditor, de pronto escuchábamos la atildada voz de Ángel opinando, anónimo, con sabiduría, ingenio y perfecta redacción. Imaginaba entonces el papelito conteniendo el comentario escrito con tinta negra mientras esperaba que le atendiera el teléfono de la emisora.
Uno de nuestros últimos encuentros fue una invitación a almorzar –esta vez en colectivo y en lugar público- para celebrar el Premio Reina Sofía que acababa de recibir de manos de la soberana. Me esperaba rodeado de “su curso”, el Sexto de Letras de los SSCC de Viña de 1966. Ángel estaba orgulloso de que su alumno hubiese sido investido de tal honor. Dejó fluir la conversación con los compañeros de colegio en silencio, hasta que de pronto hizo la pregunta que le atenazaba:
- ¿Y cómo son las manos de la Reina?
No recuerdo qué respondí ni siquiera si lo hice. Me arrepentí de no haber reparado en ese delicado detalle que revelaba y delataba a la vez la sensibilidad de ese hombre panzudo y de ojos juguetones. Me sentí aún incapaz de alcanzar su calidad humana, pensé que no tuve en cuenta el gesto que nos relató Ángel, años atrás, cuando fue a España, al pequeño pueblo dónde había nacido su padre y depositó en la plaza, el sombrero del progenitor y se fue.
Que Ángel regresara en su muerte a la Universidad y que uno de los primeros en rendirle homenaje fuera el actual Rector constituye un acto de justicia, de reparación y señal de que aún en la Ponti, las cosas están cambiando.
La última enseñanza de Ángel Muga.
(La fotografías son gentileza de José Ignacio Uriarte (Gen. 66)
Comentarios
Lo tuyo no es la prédica formal que hoy escuchamos, sino la certeza de quien convivió con el homenajeado y lo estimó entrañablemente.
Recuerdo perfectamente esa pregunta de cómo eran las manos de la reina (Angel estaba blandiendo una piscola), como si fueras Ionesco quien te la hacía.
Gonzalo Calvo
JAVIERA NAVARRO
No se si me recuerdes , soy de la generación del 66 pero de los científicos. Fui "acogido" hace poco por los letras y alcance a participar de algunos almuerzos con nuestro querido Ángel.
Te felicito y agradezco lo que nos envías. Reconforta saber que los años pasan pero el espíritu que nos dieron nuestros formadores , como Ángel , permanecen.
Un gran abrazo y un Feliz y Prospero 2011 , junto a tus seres queridos.
Jorge Carvallo Soffia,
HERNÁN CUEVAS K.
Si no alcanzo a despedirle en persona, orare por el y le recordare hasta que me toque partir de este mundo.
Muchos saludos
Luis Noziglia
Eduardo Cuevas.
Tampoco lo vi mas, pero me aproximó a disfrutar de las palabras y a imaginar.
Tengo la impresión que era librepensador, y sibarita
a juzgar por la panza.
Aunque tarde, hoy me encantaría compartir una botella de vino con él
si es que en el mas allá hay mesa.
Sergio Valderrama
( Culebra)
Sabio y alegre, nos mostró también el arte de conversar, compartir, comer y beber.
Gran Maestro y Profesor, descansa en Paz.
Claudio Ortiz
muchas Gracias!
José Miguel.